Educación: razón y corazón

 

Por Elena García*

Una  de las frases de Paulo Freire que más ha circulado en este último tiempo refiere que “La educación es un acto de amor, por tanto, un acto de valor”

Un acto de amor…

Pero, entonces… ¡¿lo emocional posee un rol protagónico en el acto educativo?! Y si, parece que sí. Incluso el pedagogo brasilero, en su libro Cartas a quien pretende enseñar  profundiza más en esta línea y nos dice: “Es imposible enseñar sin la capacidad forjada, inventada, bien cuidada de amar.” Agregando luego “Es preciso atreverse para decir científicamente (…) que estudiamos, aprendemos, enseñamos y conocemos con nuestro cuerpo entero. Con los sentimientos, con las emociones, con los deseos, con los miedos, con las dudas, con la pasión y también con la razón crítica. Jamás solo con esta última. Es preciso atreverse para jamás dicotomizar lo cognoscitivo de lo emocional.”

Y hasta aquí estamos refiriéndonos a un enfoque pedagógico y  si se quiere ideológico. El de la educación liberadora. Pero si profundizamos en estudios actuales -y no tanto- en el campo cognitivo, psicológico y pedagógico. O súper actuales como las neurociencias la aseveración se ratifica. Estas últimas, disciplinas que incluyen ciencias como la neurobiología, neuro psicología e incluso la psicología cognitiva demuestran mediante estudios del funcionamiento de nuestro cerebro que cualquier aprendizaje no abarca una única zona del cerebro. Por el contrario incluye zonas racionales y emocionales y se basa en conectar la mayor cantidad de sectores del mismo.

Parece ser que no puedo aprender aquello que no me moviliza, que no toca algunas de mis fibras íntimas, que no me conmueve, que no me dice nada. Ese valor emocional de lo por aprender (o aprehender) puede ser inherente al objeto de aprendizaje mismo, al aprendiz u otorgado por un educador capaz y emocionalmente atento.

Porque quién no recuerda a aquel profe apasionado que con sus clases pudo abrirnos las puertas a nuevos mundos, como el de las ciencias, la historia o el arte. O aquel momento en el que un juego repetido una y mil veces con los amigos pasó a transformarse en una pasión. O aquel libro o película que despertó nuestra curiosidad por un tema (como los dinosaurios o los incas) y nos llevó a horas de lecturas.

De más está decir, que los argumentos que buscan esgrimirse desde las políticas educativas actuales de nuestro país, enmarcadas en un modelo mercantilista y meritocrático , respecto del aprender para prepararse  para un mercado laboral reducido al ámbito empresarial, están muy alejados de la mirada que presentamos más arriba.

Por eso se hace difícil que un docente, con una formación inicial escasa, vapuleado por los medios, desacreditado socialmente y ahora posible foco de una ley que lo flexibiliza laboralmente (El Plan Maestro), genere esa conexión necesaria para aprender. Acto que se desarrolla en escuelas organizadas bajo un sistema educativo en el que los tiempos y los resultados digitan las decisiones a nivel áulico e institucional.

Un procedimiento, en el que lo primordial es no salirse de los 6,78 puntos de presupuesto para educación del PBI (Producto Bruto Interno) y que implementa una estrategia de evaluación anual, que homogeneiza lo que la realidad diversifica, aplicando el mismo protocolo para una escuelita del monte chaqueño, que para una escuela de Córdoba Capital.

En este contexto, el revalorizar el rol de lo emocional en los procesos de aprendizaje de los niños y jóvenes  se constituye en un verdadero desafío. El cual, no por complejo de alcanzar, debería dejarse de lado. Porque tiene el potencial para generar la transformación educativa que los fracasos escolares y el bajo nivel educativo con que los niños y jóvenes finalizan los distintos niveles vienen demandando.

En nuestro Valle de Paravachasca contamos con una ventaja en esta línea, la mayoría de nuestras escuelas aún son  pequeñas y permiten un vínculo entre el docente y el alumno, entre el aula y la familia más estrecho,  donde la escuela y la comunidad pueden acercarse. Resta quizás avanzar en aunar esfuerzos de todos los actores para hacer sentir contenidos y acompañados a los niños y jóvenes en sus trayectos escolares y para resignificar como comunidad, social y culturalmente, el valor de lo emocional en el acto de aprender.

 

*Elena García es Especialista en Constructivismo y Educación, también es docente en la escuela Domingo Faustino Sarmiento de Villa Los Aromos

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